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    viernes, 9 de mayo de 2008

    Dos Españas

    Parece irremediable que la vida política corra sin freno hacia un enfrentamiento acalorado y profundo, como un tajo mezquino, entre la derecha y la izquierda. La sombra de las dos Españas vuelve a filtrarse en las plazas públicas, los cafés y los domicilios. La verdad es que resulta milagrosa esta desgarradura, una superstición, porque cada vez parece más difícil en la realidad distinguir a la derecha y la izquierda. La derecha se siente muy incómoda, muy indignada, ofendida hasta extremos de camisa azul, en un país gobernado por la izquierda, pero en el que los empresarios ganan más dinero que nunca, no hay desestabilización social grave y la iglesia católica vive subvencionada, conservando intactos todos los privilegios concedidos por la dictadura franquista. La izquierda sensata no gusta a la derecha, aunque la derecha cometa ahora todas las insensateces tradicionales de la izquierda y se haya hecho partidaria en la práctica de la desacralización del país, del divorcio, del aborto, de la dignidad de la mujer y del derecho al voto. Cuando todo está más confundido, la brecha se abre y las diferencias se apoderan de la escena política. Quizá este proceso sólo sea posible en una escena política desconectada de la realidad, convertida en un simulacro en el que la representación poco a poco ha sido desplazada por las batallas virtuales. Existen dos España pero al margen o más allá de España, de la España que trabaja o sufre el paro, se casa o se divorcia, estudia o celebra el botellón, se compra una casa o se va de su casa para viajar por el mundo cuando el calendario ofrece un puente de plata. En cualquier caso, no conviene tomarse la crispación en broma, porque las realidades virtuales influyen en la piel con sus borraduras, y suponen la cancelación de la política real, en un camino que lleva hacia la abstención, territorio siempre favorable a la derecha.

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